Por Fernando Loyola.
Desde que inició la cuarentena hemos visto cómo las redes sociales nos llenan de publicidad sobre lo que tenemos que hacer mañana (y pasado mañana) si queremos que nuestras empresas sobrevivan y nuestros equipos sigan con la moral alta; la forma en que serán las cosas luego que todo esto pase (la “nueva normalidad” que le llaman), y la manera en que deberíamos de estar aprovechando al máximo este espacio para reinventarnos, regenerarnos, repotenciarnos, salir más gladiadores invencibles inmortales de lo que ya éramos antes de la pandemia. Lo vemos en todos lados. Tanto, que podríamos decir que se trata de otra pandemia, una pandemia paralela. Una pandemia que no nos deja margen para mucho. “El que pestañea pierde”.
Los líderes en el contexto actual deben de estar seguros de lo que van a hacer, no pueden – ni deben – mostrar duda, incertidumbre, flaqueza. No es el momento. Los árboles mueren de pie. Si te caes ocho veces, te levantas nueve. La verdad es que, como observador curioso, he visto caer árboles robustos y vitales. Y, como psicólogo, a personas caer y no poder volver a levantarse. Algo no está bien en esta intensa programación hacia el logro irrestricto, la imagen perfecta, derivada de la receta infalible de algún influencer, “experto” avalado por sí mismo. Porque si ese experto leyese un poco más, sabría que sus recetas fueron las que nos condujeron a la situación en la que nos encontramos. ¿Un ejemplo? Tendremos que utilizar rutas secretas para que los suministros médicos que estamos importando lleguen a nuestros hospitales sin ser confiscados por algún otro gobierno: el que pestañea pierde. La ley del más fuerte. El líder que no se detiene ante nada. Ni siquiera ante los demás.
Si ese experto estuviera más al tanto, sabría que los líderes más valientes son los que asumen sus vulnerabilidades y se hacen cargo de ellas, incluso delante de su equipo (En otro momento hablaremos sobre Brené Brown y lo que tiene que decirnos al respecto, pero por lo pronto les recomiendo leer el resumen de Dare to lead aquí).
Está bien sentirse mal. Está bien no moverse un día o dos. Acabamos de pasar Semana Santa. ¿Se imaginan que en lugar de resucitar al tercer día, Jesucristo lo hubiese hecho al tercer minuto porque utilizo algunas metodologías ágiles y una gestión lean en su proceso de vuelta a la vida? Cada segundo vale, sí. Pero sólo pensamos en los segundos de acción. ¿Qué pasa con los segundos para la estrategia, los segundos para la toma de conciencia, los segundos para el automonitoreo, la gestión emocional, la reparación psicológica? Que no veas el movimiento no significa que no se esté dando. Esa es a perdición de las presas de los mejores cazadores.
¿Tenemos permiso para ser humanos en este contexto que ejemplifica perfectamente ese escenario VUCA del que hemos teorizado mucho pero nunca (hasta ahora) lo habíamos conocido en su máxima expresión? Por supuesto que sí. Porque, si no somos humanos ¿qué somos entonces?
Tener permiso para ser humanos es nuestro primer derecho. No nos pagan por eso, pero respiramos gracias a esa condición. ¿Siento frustración? La reconozco. La comprendo. Me hago cargo de ella. Y si en algún punto mi experiencia le sirve a mi equipo, la comparto. ¿Siento rabia? Sigo el mismo proceso. ¿Siento desesperanza? Ídem. Pero sentir todo eso, encerrarlo en un saco y lanzarlo al abismo profundo de nuestro propio ser es una pésima práctica.
Atrás quedaron las imágenes de los líderes infalibles e inmutables. Son del milenio pasado. Dinosaurios. Y sí sabemos cómo acabaron los dinosaurios, ¿verdad?
Después de conocer las salidas en el ámbito laboral para empresas con dificultades económicas propuestas por el Estado, conversé con una persona que le había dicho a todo su equipo (cerca de 100 personas) que ellos debían de estar tranquilos, que la situación estaba controlada, que confiaran en la empresa, que nunca les había fallado ni lo haría. Era mentira. Y cada noche su insomnio se lo recuerda (ese era el motivo de nuestra conversación). Y ese mismo día conversé con otra persona que me contó cómo había abordado el tema con su equipo: les pidió a todos que le hagan las preguntas que consideraban convenientes, y él las respondería con honestidad total. Varias de sus respuestas fueron “No lo sé”. Lo interesante es que nadie se quejó de eso (y ese fue el motivo de nuestra conversación). Y es que no era un “no lo sé” a secas. Cada “No lo sé” venía acompañado por una explicación, una propuesta, un escenario. Se había plantado frente a su incertidumbre y se había dicho “¿Cómo te abordo y te desarmo?” y compartió ese proceso y cada respuesta con su equipo. El segundo proceso fue mucho más efectivo, para el equipo, para el líder, y con ellos para sus familias y su entorno. Una decisión sencilla que puede hacer una gran diferencia.
Hagámonos un favor, que al final será bueno para todos: seamos más humanos. Y dejemos de resucitar modelos que hace tiempo están muertos.