Por Fernando Loyola
Martes 30 de abril. Celebramos el día del psicólogo peruano. Aunque en realidad valdría la pena preguntarnos si estamos en condiciones de “celebrar”, tomando en cuenta el lugar que ocupamos en nuestra sociedad y el impacto que realmente tenemos sobre ella. Respeto, valoro y admiro el trabajo de cada uno de los psicólogos que, desde su propio campo de acción e influencia trabajan día a día para mejorar el bienestar y la calidad de vida de personas, equipos, comunidades y organizaciones. Sin embargo, cuando realizamos una mirada integral, este efecto se diluye, al integrarse a los millones de peruanos que no tienen acceso a los servicios de un psicólogo profesional, y a aquellos que pudiendo, prefieren no hacerlo. Desde fines del milenio pasado escucho la frase “somos una ciencia joven” y bajo ese discurso protegemos nuestra falta de rigor científico. “No me he colegiado, porque ni siquiera tengo claro cuál es el colegio oficial, por las pugnas de poder, que hasta vergüenza damos”, nos excusamos, pero no nos involucramos en el cambio profundo que requerimos como cuerpo profesional. “La gente prefiere a un coach o a algún terapeuta alternativo”, nos quejamos sin hacer nada por acabar con los mitos y aproximar a la mayoría la idea del profesional idóneo, íntegro, oportuno. Entonces, somos parte del problema. Y por lo mismo, parte fundamental de la solución.
Tenemos muchos temas de los cuales ocuparnos, especialmente en un Perú con una coyuntura particular, que duele. Por eso, me atrevo a proponer cinco retos (de las decenas que podríamos esbozar) que están esperando por profesionales dispuestos a asumirlos:
- La violencia, en todas sus formas. Empezando con la ejercida contra la mujer. Si hacia finales de los años 80s del siglo pasado llegó un momento en el que ver actos terroristas en las noticias era algo “normal”, ante los cuales nos empezábamos a desensibilizar, en estos momentos la noticia de una nueva mujer muerta en manos de su pareja deja de ser novedad. ¿Qué podemos hacer para no caer en el adormecimiento de lo cotidiano ante algo que no debería dejar de incomodarnos incisivamente? ¿Cómo estamos creando las estructuras que frenen estas escenas? ¿Qué estamos haciendo para sanar relaciones, familias, comunidades? ¿Qué estamos haciendo para demostrar que combatir fuego con fuego no es la mejor manera de apagar este incendio? Pero, sobre todo, ¿qué estamos haciendo para brindar soporte a personas clave en el proceso como policías, autoridades, administradores de justicia, entro otros?
- La corrupción. En tiempos de “opinología” nos sentamos cómodamente a hablar sobre las estructuras que nos llevaron a ser un país corrupto y cómo nos costará muchísimo salir de esa categoría. La reserva moral del país aparece por todos lados, de tal manera que nadie en realidad es corrupto. ¿Cómo prevenimos el nacimiento de la corrupción cotidiana, facilitando el establecimiento de sólidos esquemas de valores en las familias, en las escuelas, en las comunidades? ¿Cómo ayudamos a poner en la agenda cotidiana el tema como punto de reflexión y no de señalamiento? ¿Cuáles son los procesos que nos llevaron a convertirnos en este caos, y cuáles deberían de ser los pasos para salir de él? Disfruto de la metáfora de una organización como un organismo, una persona, a la que podemos hacerle un diagnóstico y trabajar en un proceso terapéutico. ¿Podríamos hacerlo también con el núcleo político y económico del país? ¿Será que nos meteríamos en problemas?
- La toma de decisiones. Decimos ser un país con muy mala capacidad para tomar decisiones, por múltiples motivos reportados como probables causas: la falta de memoria colectiva, la candidez del elector que se deja engañar por promesas falsas (y el que se deja comprar con alguna dádiva), la rabia de quien elige el mal menor, la continua activación del instinto de supervivencia (combinada con el pesimismo y la baja autoestima), entre muchas otras hipótesis. ¿Hemos tratado de probarlas? ¿De organizarlas? ¿De proponer una solución articulada que permita minimizar sus efectos? Quizás las decisiones más estudiadas son las decisiones de compra, bajo el auspicio de marcas y empresas que buscan reconocer cómo vender más. No está mal, finalmente, el psicólogo debe vivir de algo, pero ¿es esa la única toma de decisiones que realmente importa?
- La intolerancia. Nunca como en nuestros días – la era de la post verdad – hemos visto conflictos tan visibles basados en malas interpretaciones, en falacias planas, y en argumentos falsos. Más allá de colores y creencias, la rabia de un peruano contra otro peruano revive esta dicho de que el peor enemigo duerme en casa. Pero claro, no lo podemos decir porque nos indignamos. ¿Recuerdan cómo nos unió el fútbol durante el año pasado? ¿Qué pasó con ese espíritu? ¿Cuál es la fórmula científica del fútbol y cómo la aplicamos en otras parcelas de la realidad peruana? ¿Cómo abrimos espacios de diálogo que sean realmente “entornos seguros” que permitan encontrar puntos en común? ¿Cómo abrir mentes y corazones para construir algo más grande, juntos? Sé que quizás sea la pregunta más romántica e ingenua, pero los niños que merecen ser educados en igualdad, las personas que buscan tener igualdad de derechos, los migrantes que desean ser incorporados en la sociedad, y muchos otros, esperan por una oportunidad. ¿Estamos trabajando en esto?
- La ignorancia. Hemos perdido mucho terreno como profesionales, y no querer verlo es negar la realidad, demostrando que nosotros también necesitamos de un psicólogo. Coaches cada vez más especializados, que te acompañan a procesar un duelo, a superar una fobia, a mejorar tu autoestima. Terapeutas “alternativos” que se deshacen de ansiedades con unas cuantas gotas de esencias mágicas. Ingenieros “calificados” en la aplicación e interpretación de pruebas de personalidad. Bloggers e influencers de la ola del wellness que sin formación científica alguna y sólo desde su propia experiencia, dan consejos, escriben libros, dictan charlas y “atienden” consultas que pertenecen al territorio de la psicología. Pero, debemos de entender algo: Ellos han hecho una especie de “reforma agraria” con el campo de la mente humana, y nosotros, terratenientes soberbios de nuestros dominios, dejamos que suceda en nuestras propias narices. “La tierra es de quien la trabaja”. ¿Qué hacemos nosotros para promover el trabajo del psicólogo, hacerlo visible, darle el valor que realmente posee? La presencia de “colegas” (así, entre comillas) en los medios, comentando sobre un evento delicado como un suicidio o una revuelta social, sin tener mayor conocimiento del caso, elaborando perfiles psicológicos para las pantallas, siendo parte del espectáculo, no nos ayuda en absoluto en este proceso de autentificación y revalorización de la profesión.
Hasta aquí podríamos preguntarnos, ¿y qué pasó con la emergencia de salud mental en la que algunos dicen que nos encontramos como país? Bueno, personalmente siento que ese no es un reto de hoy, sino que es un reto que nos acompaña desde siempre, y está antes que cualquiera de los puntos de esta lista (especialmente porque algunos de ellos derivan directamente de ese problema). Y por eso mismo, cierro recordando que esta lista no es para nada exhaustiva, pero podría ser el inicio de un diálogo que nos conduzca a un mejor lugar que el que ocupamos hoy, en la mente del peruano. Celebremos entonces el día del psicólogo, construyendo con todas nuestras fuerzas esta nueva realidad que queremos para todos.
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